Nuria Soler Vergés 1993
El ser
En la vida estamos atrapados en un agujero, salimos de él para caer en otro del mismo tamaño; ese es el posible recorrido que nos da la vida y habituarse a él es conocer los señuelos del mundo. Desde ahí los hombres se hacen la pregunta sobre el ser, es la única cuestión que tiene sentido y es la que más cuesta formular ya que no tenemos referentes estables para mirarnos, ni podemos ampliar el ángulo de la ventana del asombro.
En el lenguaje coloquial el "yo soy" aparece como una realidad intangible que incorpora los sentidos pero no los especifica, al hacerlo ya esta haciendo un tratado dialéctico que enmascara la pregunta. La verdad es que el ser se estremece en su agujero hasta la desesperación, así queda fuera del círculo mineral y prescinde de sus atributos materiales. En realidad se está buscando, en su ofuscamiento aparece como una vaguedad disuelta entre recuerdos, una sombra de incertidumbre que desmaya el pensamiento. El yo soy no explicita donde estoy; puede ser en la mente, en la glándula pineal, en el corazón o extendido por todo el cuerpo… Del lenguaje se deduce que estamos contenidos en la misma palabra, ella es la que nos señala y una vez nombrados, implícitos en el verbo, quedamos envueltos por la armadura biológica que soporta el alma y ahí encontramos al “sujeto”… Es pues así que se revela el espíritu en forma de palabras, vocablos que lo describen y sitúan, entonces es y por el boquete sonoro de su voz aparece el periscopio del “sujeto”. Se muestra entre los radiantes reflejos del concepto y desde allí actúa beligerante y cargado de razones; tantas que apabullan, se hacen impertinentes, crueles, déspotas, presuntuosas, etc. Lo que son argumentos no le faltan, siempre aparece cargado de derechos, normas, mandatos, principios... pero sólo se trata de una percepción equívoca, él sólo puede ver la luz de su agujero. Entre sus demandas encontramos los motivos mentales que destilan al sujeto y sus súplicas emergen permanentemente. Su imagen lo es todo, la depila, la maquilla, la procesa con cirugía plástica y ahí tenemos ya peinado al ser, así queda conformado el nuevo rostro. Entre sus voces aparece su nombre y con él se identifica hasta convertirlo en una estrella rutilante. Así parece el ser, se dibuja diáfano entre las tres puertas ciegas de la identidad, el nombre, el rostro y el alma. En el espacio que forman estos tres pies, este trípode existencial, resuena una pregunta fundamental que repica hasta atontarnos; ¿quienes somos?
En el ardid quedamos atrapados, somos hijos de una verdad espiritual que se desliza por la red, es un ser enmascarado que hace juicios en masa y condena sin cesar. Como un ángel anunciador se deja sentir de manera furtiva y vierte opiniones como lo estoy haciendo ahora. El nuestro es una sombra y se presenta ubicua, se cuela por los circuitos electrónicos y aparece en millones de pantallas a la vez, es un ángel que se destila entre nosotros y nos hace pregonar su voz. En ese medio ingrávido, el “yo soy” no explicita qué somos y menos aún cómo somos, no dice nada de las manos, pies, cabeza, tronco etc. El “yo soy” es un ente virtual, una presencia sin cuerpo, o con él pero electrónico, hecho de dígitos obedientes que construyen un holograma del sujeto. Se trata de un "ente" presentido en la distancia que se excita y sufre como en Mátrix pero no es real, es una idea que se activa en el sistema digital y cobra independencia total del referente del cual ha surgido. Ahí el ser queda confundido con la red y forma parámetros de información bien o mal configurados, unidades que se reforman, se mantienen y retroalimentan continuamente.
En ocasiones nos vemos disueltos en el aire, somos existencias errantes prendidas en ideas puras y objetivadas en el espejo de los nombres y los verbos. No obstante afirmo que todo eso es ficción, en realidad somos entidades ubicadas en cajas materiales activadas biológicamente; el cuerpo y más concretamente el rostro. Toquemos la “realidad” por un instante, sin el rostro la existencia del yo sería imposible, el ser desaparecería detrás del nombre y sólo quedaría su palabra, la cual, al no tener rostro, emularía la voz de Dios...
¡Ya no tiene remedio! Nos hemos formado la idea de que podemos prescindir de aquello que somos: naturaleza que crea conciencia y cultura. El ser es un instrumento político que se lanza con una honda contra el alma cristalina del otro. Pero no siempre es así, en ocasiones habitamos entre suspiros, asomamos los ojos por los límites del horizonte y vemos algo más que lo que enseñan los medios y dictan los ventrílocuos del poder. Vemos con estupor como somos humillados al tratarnos como a niños, entonces constatamos el horror que provocan sus promesas y la herida tan profunda que abren sus palabras. De esta manera sufrimos la extenuación de la mente, el equívoco de las hipótesis, la esclavitud del tiempo, la humillación y enfermedad del cuerpo. El ser malvive dentro del desengaño total; es el espíritu de la “sociedad avanzada” que se marchita entre jadeos terminales.
A qué esperamos para la insurrección; revoquemos el sistema y proclamemos el regreso jubiloso a la tierra.
Vosotros la generación índigo sois la esperanza, dibujáis el perfil de los nuevos emigrantes y tenéis el caminar quebradizo como vuestros antepasados. Sois criaturas preciosas llamadas a trazar el devenir pero tenéis que hacer la pregunta desde vuestro agujero; ¿quienes sois?
Ahora grito con las manos en la boca haciendo de megáfono y al resonar la voz por valles y montañas os digo con los pulmones llenos de esperanza.
-Emparejaos con la fuerza natural, regresar a los campos, reconstruir la casa de los abuelos, tened hijos libres del cáncer y de pensamientos enfermos de rencor! Abrazaos al impulso de la vida y sentíos felices con el regalo del tiempo, tomad las dadivas de la tierra y bebed con placer el amable calor del sol…-
Ahora que lo veo lúcido y enmudezco por las causas que nos han llevado a la desolación; lo pienso tres veces y no encuentro a quién podemos reclamar los males cometidos… ¿dónde quedan los seres que anhelaban ser buenos?
¡Hay que seguir ocultando!
¡Aún somos lactantes! Niños de pecho cargados con rencores, ceñidos con bombas en la cintura, adornados con causas grandes, hermosas y justas... etc.
¡Qué vamos a hacer ahora!
Agitada el alma con los cantos de cuna, anegadas las mejillas de lágrimas, la juventud se ha quedado ciega y su boca demanda el pezón de la madre para secarlo. Pienso que aún no están destetados y la hambruna es crónica, la maleta ligera, las distancias largas. Niños de sal con proclamas azules en la boca, con cuchillos en las manos y pistolas en la voz, hoy esperan el momento de la liberación. Son torres baldeadas que caen lentamente y al precipitarse se desmoronan en el vuelo. En ocasiones, en la caída libre dominan la gravedad y entonces aprenden a volar. Es un milagro que el ser se dibuje así, como Ícaro. Después toman el aliento de otra verdad, excavan el suelo otro agujero para encontrar lo inexplorado y al llegar a lo desconocido pronunciar su nombre. Allí sienten sus murmullos, sus quejas y plegarias y renacen del dolor. Entonces llegan a considerar aquello como parte de sí mismos y se preparan para vivir en el combate… El agujero nos dice que sentimos como ellos, los hijos de las sombras, que estamos encarnados en la roca y vivimos anhelantes de libertad y salvación; ¡no todo está perdido…!
Más tarde asomaremos por el brocal y tomaremos café; quizás el sol saldrá por el horizonte. Entre tanto, el yo desaparece entre nieblas o, ¡encendido como siempre!
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