Xavier Trobat Escanellas 1978
Humo
¿Dónde queda la ciudad del humo?
Pregunto a un maxilar de perro…
En el valle del silencio, ya no quedan almas a quién preguntar; ¡sólo quedan desechos, inercias contaminadas!
-No me acuerdo…-
Contesta: seguidamente hace una reflexión enmudecida y me deja atónito.
-En la cima de los limbos duerme la ciudad del amor galante; es una lisonja en los labios y también el fermento de las flores venéreas. Un poco más a la derecha se encuentra la del color de azafrán y el perfume de hierbabuena, y al fondo, la de los sueños cumplidos y las pasiones calmadas. A la izquierda queda la que va ceñida con versos nobles y engalanada con miniaturas orientales, son obras diminutas, requiebros íntegros para los ojos. Sus cielos son una maravilla, siempre están vestidos de primavera y animados con canciones de mirlo.
Ahora que pienso: ya sé dónde puede estar…
En el valle de vuestros abuelos ha quedado la de los mostrencos: la del odio, la peste y los ácidos ponzoñosos en las albercas. En este momento es terminal, es la ciudad del rencor, la hediondez política, la que ampara a los codiciosos y expulsa a los obreros. Por doquier luce como nunca las sospechas permanentes. Sentimos sin pensarlo cómo ventean los humos por los arrabales. Cómo sus pretensiones de justicieros saturan las avenidas y cómo sus razones llenan de ínfulas a los ignorantes. Hasta las campanas están roncas, rajadas de imposturas, injurias, agravios, humillaciones, menoscabos, desprecios y vejaciones…-
Bajo la cabeza y marcho en silencio… ¿de qué perro pudo ser la mandíbula?
Hay mucho para escoger en el panorama donde vivimos, pero entre todas las opciones X optó por el hollín y el fuego depurador... ¡era un presagio escrito entre los nubarrones del cielo!
Ante la voz oracular de las toberas, la restitución posible o el abandono, optó por la humareda… ¡quiso mostrar el aliento envenenado de estos cielos mortecinos!
Entre las diversas maneras de ver la nueva geografía, existe pues la más evidente y etérea, “La ciudad del humo”, propuesta sin bordes ni límites expresivos que muestra Xavier Trobat en la Sala Kese.
Se trata de un retrato simbólico de nuestro tiempo, un palimpsesto vaporoso en el cual podemos encontrarnos todos, transparentes pero bien impresos. La verdad sea dicha, ¡estamos cargados de malos humos hasta los huesos!
La muestra es una mueca maliciosa que instiga y a la vez nos denuncia; ¡nadie se escapa de su tupida red! El que quiera sentirse fuera del dedo acusador es que tiene mucho que ocultar. No vale aquello de -¡y tú más!-. Menos aún las justificaciones de progre penitente, la víctima eterna de todos los verdugos…! Ya no vale salirse del juego perverso y hacer juicios sin compromiso en la ventanita de Facebook.
Al entrar sentimos que en ella dormimos contrahechos y al salir despertamos falseados; nada queda igual después de ver las evidencias. Constatamos que gastamos humos parecidos y todos los responsables cubren tonos macilentos. Para vestirnos de dignidad y simular lo que no somos (sin inculparnos nunca), construimos discursos falseados. ¡Vaya!, como este que presento aquí en el cual quedo inmaculado; camino sobre el fango sin ensuciarme las plumas...
Qué podemos hacer para despejar la mente y volver a tener los pies firmes sobre el suelo.
¿Dónde quedó la piedra de los prodigios?
¡No ves, ¡amor!, que nos está devorando el tedio!
Para enmendarme pregunto otra vez. Lo hago a una semilla de mijo que pende de una ventana. Ahora es el lugar de la carcoma, el óxido y el abandono, y antaño fue macetero de geranios, lecho perfumado donde se hicieron perdurables promesas de amor…
-Camináis sin gravedad, disueltos y esponjosos, y eso os delata en cada gesto que hacéis, os envolvéis en máscaras ilusorias y a la vez quedáis más y más desnudos. En cada paso que dais os despeñáis en el pozo de las vanidades. No hay solución a tanta pequeñez espiritual; ¡tenéis que empezar de nuevo, y para ello han de abrasarse vuestros humos hasta los cimientos! No tenéis solución ya que estáis añorando el fracaso, queréis finiquitarlo todo y buscáis la derrota como solución…
Os digo con voz clara, con los espasmos de la tierra.
¡Es tiempo de destrucción…!
En este valle teñido de añil, antaño jardín de avellanos y oliveras, hoy podéis contemplar cómo la mayor intervención estética y moral, la que proporciona entidad al lugar, es una flama que ilumina los campos y preside las comarcas como un Dios amenazador. Su influencia os ha contagiado el corazón y colmado de inmodestia; el hedonismo, las pretensiones, los deseos de poder y la pedantería son el producto de ese “falus llameante”. Sus soflamas se hacen humo perverso: semen maligno que se encarna en las hembras, crece en los no natos y se expande en el pensamiento como la mala hierba. El más noble entre los puros está contaminado de su jadeo mefítico. Los símbolos de esperanza han caído en la ciudad y los que se yerguen de nuevo están vacíos, endémicos y débiles de contenidos; esos humos que se elevan como banderas son hoy las emanaciones que mejor os representan… -
Piedad junto al foso de las pasiones. 2012
La ciudad
La ciudad es el lecho cultural de la humanidad, durante siglos hemos trabajado en esta dirección. Decían que era para liberarnos de la “esclavitud” de la naturaleza. En ella nos hemos convertido para siempre en seres dispersos entre callejuelas, huidizos y temerosos. Almas solitarias hechizadas por el rugido de los motores y el jadeo de las calderas. Parece ser que la polis es el lugar de encuentro y el espacio de la formulación del ser, pero la metrópolis humeante es también la caja de la codicia, la celda de la soledad y el vertedero del abandono…
En ella nos encontramos mimetizados con el bullicio y la insignificancia. Después del éxodo de la naturaleza parecía que era el edén esperado, el desarrollo final del sueño; por el contrario, ya no vemos lo evidente: ¡estamos quemando el aliento de los campos y emponzoñando la tierra…!
Necesito ayuda y pregunto… Esta vez lo hago a un diván suntuoso, resto de un animal abandonado y abierto en canal por un cuchillo. ¡Sin duda tuvo tiempos mejores…!
¿Es el humo el rostro de la ciudad del mal?
La ciudad del bien y del mal son la misma y en ella habéis dispuesto todas las esperanzas; ¡es un abismo fatal y lo sabéis muy bien! Prueba de ello es que os preguntáis sin cesar:
La ciudad
La ciudad es el lecho cultural de la humanidad, durante siglos hemos trabajado en esta dirección. Decían que era para liberarnos de la “esclavitud” de la naturaleza. En ella nos hemos convertido para siempre en seres dispersos entre callejuelas, huidizos y temerosos. Almas solitarias hechizadas por el rugido de los motores y el jadeo de las calderas. Parece ser que la polis es el lugar de encuentro y el espacio de la formulación del ser, pero la metrópolis humeante es también la caja de la codicia, la celda de la soledad y el vertedero del abandono…
En ella nos encontramos mimetizados con el bullicio y la insignificancia. Después del éxodo de la naturaleza parecía que era el edén esperado, el desarrollo final del sueño; por el contrario, ya no vemos lo evidente: ¡estamos quemando el aliento de los campos y emponzoñando la tierra…!
Necesito ayuda y pregunto… Esta vez lo hago a un diván suntuoso, resto de un animal abandonado y abierto en canal por un cuchillo. ¡Sin duda tuvo tiempos mejores…!
¿Es el humo el rostro de la ciudad del mal?
La ciudad del bien y del mal son la misma y en ella habéis dispuesto todas las esperanzas; ¡es un abismo fatal y lo sabéis muy bien! Prueba de ello es que os preguntáis sin cesar:
- -Cómo podemos continuar de esta manera y
seguir vociferando como lobos marinos…
- ¿Alguna vez escuchamos algún murmullo que no sea el de nuestra propia voz trenzada en un bucle eterno?-
Y en vuestros delirios encontráis también la respuesta…
- -¡No! No tenemos oídos para nadie, sólo
estamos atentos a nuestra vocecita de capones; somos caudillos diminutos
sentados en el trono de los sueños…
- ¡No! El poder es el fin y estar en él lo justifica todo…-
Este es el valle de los monólogos épicos, los discursos altisonantes y las manos inútiles. Dinámicas improductivas que toman inercias imparables y fatídicas en vuestra conducta colectiva.
Los responsables, sólo tenéis palabras para evadir compromisos y blanquear las apariencias. No obstante de vuestras chimeneas mentales salen cintas mecanografiadas, guirnaldas de palabras que lleva el viento en todas las direcciones. Los mensajes son diversos y todos inculpatorios…
- El poder y el dinero hoy son los versos
del alma.
- Macilentos, ahora se mueven los poderosos
sin espíritu.
- Somos piñones que ruedan fijos hacia el
abismo.
- Los triunfadores están ávidos de
ignorancia, colmados de orgullo.
- Los humillos mentales nos traen el
desconsuelo.
- El trabajo honrado es la quimera de los
tontos…
- Nunca es suficiente...
¡Pienso como un tenor
derrotado: en hollín de faringe se devendrá todo!
Percibo un clamor que emana del suelo y cavilo; ¡durante horas pienso…!
¿No será el humo del poder el que me provoca estas alucinaciones? Empiezo a sentirlo como una lombriz fría, a moverse en la sangre como un ácido corrosivo…
Escucho la voz clara, trasparente y fresca, como antaño lo fueron los amaneceres del valle…
-¡Abrid los sentidos, hijos del sueño! Ved cómo se calcinan las pasiones, se escapan por la chimeneas y forman nubes agoreras. Mirad cómo se encienden los poseídos, cómo se consumen en llamas sus verdades eternas. Observad cómo se desamparan los campos y cómo lucen las flores en los jardines colgantes. Mirad las aulas cómo se aprietan en barracones y cómo se construyen grandes socavones en la roca para aparcar máquinas inútiles y vanidades sin límites. Una retahíla de disparates ha quemado la ciudad, ahora sólo quedan las palabras; ¡se ha esfumado la edad de oro! Hay culpables, están ahí ocultos en el silencio, se amparan en el juego eufemístico de los delitos prescritos, esconden sus torpezas debajo de las cortinas, detrás de las deudas intervenidas.
La tierra prometida arde como una bengala! La patria de los sueños se evapora, se despilfarra entre metáforas píricas y renqueantes. El humo delata los desvaríos y la confusión mueve los pensamientos como norma. ¡Mirad, mirad, hijos de la gran noche; la metrópolis humeante es la imagen de vuestro ocaso!
En ella se dan los fermentos alucinados y todos los deseos se pervierten al instante. De sus alcantarillas fluye el vapor de la ilusión y hasta los más diligentes quedan paralizados, ¡hechizados!
Las emanaciones fecales provocan adicción y hacen vislumbrar ensueños, sombras que aparecen como hipótesis alcanzables. De sus efectos quedáis prisioneros, las mentes se colman de humos lacerantes y se mecen en brazos lujuriosos. Se oyen voces en los soportales, a cada instante anuncian que el triunfo espera colmado de algarabía de fiesta y fanfarria jubilosa.
Algunos consiguen el triunfo, muy pocos; ¡muchos se han dejado la moral en ello, en harapos ha quedado impresa! El resto comprueban que están varados y perdidos entre jardines prometidos. Entonces llega el humo revelador, el que purifica el pensamiento y hace ver el engañado.
¡Es la voz del tiempo, se cuela por las rendijas y os anuncia el fin!
En el zaguán se consume el ocaso de los días; es el lugar de espera, la antesala concluyente donde fenecen las presunciones entre vahos nocivos. Así se muestra la ciudad ante el juicio del tiempo; lentamente se deviene en el féretro de la desolación y la glorieta del fracaso.
Mirad con atención los nuevos horizontes: la ciudad de oro es ahora la tobera perforada con el clavo de la locura, el balcón de los deseos frustrados y la chimenea de los humos ultrajantes; ¡no podéis ir a peor!-
¡Será verdad lo que escucho!
Musito medio en sueños; son pensamientos agónicos que me atraviesan el hueso y caen a las manos en forma de bolitas de pan. ¡Confites que devoro al instante!
El mundo es extraño y sus murmullos asombran cada día más; he de preguntar de nuevo para saciarme y no reventar de curiosidad.
Esta vez lo hago a un trozo de pelvis de becerra, casi entera… Estaba exhibiéndose lujuriosa encima del salpicadero de un Mercedes 220 D. ¡Ya un coche de traperos!
-¡Quiméricos…! Fermentáis la mente en la ilusión permanente. Estáis mimetizados en el fracaso, confundidos entre estrategias de mil colores y sois cómplices de la destrucción; ¡solo habláis en verde para limpiaros la cara! Tenéis la convicción de que en la ciudad del humo podréis recrear todas las hipótesis que se puedan formular; ¡sois cándidos y maliciosos! En el fondo actuáis para quemarlo todo…
Enriquecerse hoy sin dejar nada para mañana… ¡todo, queréis devorarlo todo y no tenéis estómago para tanto!
La ciudad es el escenario creado para dar curso definitivo a la expulsión de la inocencia. La verdad se ha hecho transparente: se acabó aquel sueño y habéis empezado otro. Con los arietes de la razón habéis demolido las leyes naturales nombrada por algunos la “ciudad de Dios” y en su lugar habéis levantado gigantescas columnas de humo, catedrales de la destrucción.
En la huida hacia delante, habéis quemado los vínculos que os unían a la tierra; aquellos lazos os mantenían equidistantes entre lo material y lo espiritual; ¡ahora estáis confundidos entre lindes!
Alentados por un impulso creador, una inercia imparable, perdisteis la inocencia y ganó la codicia del poder. Descubristeis los tesoros, la energía disponible en las bodegas de la tierra y la tomasteis a hurtadillas. Usurpasteis el fuego para disponer de su fuerza y haceros fabricantes de humo. Todas las reservas de la tierra serán pronto una gran humareda entre las nubes, un tsunami de cieno negro lo tapará todo. Un manto esponjoso y fétido cubrirá los cielos; bajo él podréis fenecer de espanto sin el consuelo de un rayo de sol.
Habéis desvelado su poder y revelado sus secretos sin pedir permiso, después lo habéis malgastado sin medir las consecuencias. Todo ha quedado en beneficio de unos pocos…; honorables malnacidos que tendrán que malgastarlo en curarse las úlceras de la mente. Inducidos por Deus ex machina… os habéis precipitado en el abismo para entrar de lleno en el territorio de la creación dislocada y la codicia sin límites. Ahora podéis despejar el vuelo de las almas en aeropuertos fantasmas, airosas campean por las desérticas pistas de vuestros desvaríos. Podéis elevaros ausentes, ingrávidos y macilentos con el humo de la destrucción...-
Aterrorizado: miro la pelvis y lo veo todo borroso, ahumado, impreciso. Por un segundo pienso que exagera un poco… No obstante abro los ojos para que por ellos entren las últimas nubes de estupor. Al final, me llevo la mano a la boca, la tapo para que no se escape el aullido póstumo, un grito que aparece en la garganta en arcadas agónicas. La tapo para que no salga ni un gemido, ni un lamento y así, aislada la mente, se contenga en el silencio para que todo se consuma en los preámbulos de un réquiem fastuoso.
¡Es verdad, ya no me quedan fuerzas para gritar, no hay espacio para la queja!
Afino el oído y me escucho por dentro; con voz retorcida y lejana, me inculpo. Aunque tengo las manos vacías y la espalda quebrada, me inculpo de cobardes complicidades, de ocultaciones intencionadas y de silencios, ¡infinidad de silencios…!
Bajo al taller con la determinación de no ocultar nada; esta vez encuentro víctimas pero no hallo a los inocentes.
Tomo un poco de barro y lo estiro como la masa del pan, hago una plancha fina; la estiro como pasta de hojaldre una y otra vez. ¡Es el soporte para escribir mi último testamento…!
Percibo un clamor que emana del suelo y cavilo; ¡durante horas pienso…!
¿No será el humo del poder el que me provoca estas alucinaciones? Empiezo a sentirlo como una lombriz fría, a moverse en la sangre como un ácido corrosivo…
Escucho la voz clara, trasparente y fresca, como antaño lo fueron los amaneceres del valle…
-¡Abrid los sentidos, hijos del sueño! Ved cómo se calcinan las pasiones, se escapan por la chimeneas y forman nubes agoreras. Mirad cómo se encienden los poseídos, cómo se consumen en llamas sus verdades eternas. Observad cómo se desamparan los campos y cómo lucen las flores en los jardines colgantes. Mirad las aulas cómo se aprietan en barracones y cómo se construyen grandes socavones en la roca para aparcar máquinas inútiles y vanidades sin límites. Una retahíla de disparates ha quemado la ciudad, ahora sólo quedan las palabras; ¡se ha esfumado la edad de oro! Hay culpables, están ahí ocultos en el silencio, se amparan en el juego eufemístico de los delitos prescritos, esconden sus torpezas debajo de las cortinas, detrás de las deudas intervenidas.
La tierra prometida arde como una bengala! La patria de los sueños se evapora, se despilfarra entre metáforas píricas y renqueantes. El humo delata los desvaríos y la confusión mueve los pensamientos como norma. ¡Mirad, mirad, hijos de la gran noche; la metrópolis humeante es la imagen de vuestro ocaso!
En ella se dan los fermentos alucinados y todos los deseos se pervierten al instante. De sus alcantarillas fluye el vapor de la ilusión y hasta los más diligentes quedan paralizados, ¡hechizados!
Las emanaciones fecales provocan adicción y hacen vislumbrar ensueños, sombras que aparecen como hipótesis alcanzables. De sus efectos quedáis prisioneros, las mentes se colman de humos lacerantes y se mecen en brazos lujuriosos. Se oyen voces en los soportales, a cada instante anuncian que el triunfo espera colmado de algarabía de fiesta y fanfarria jubilosa.
Algunos consiguen el triunfo, muy pocos; ¡muchos se han dejado la moral en ello, en harapos ha quedado impresa! El resto comprueban que están varados y perdidos entre jardines prometidos. Entonces llega el humo revelador, el que purifica el pensamiento y hace ver el engañado.
¡Es la voz del tiempo, se cuela por las rendijas y os anuncia el fin!
En el zaguán se consume el ocaso de los días; es el lugar de espera, la antesala concluyente donde fenecen las presunciones entre vahos nocivos. Así se muestra la ciudad ante el juicio del tiempo; lentamente se deviene en el féretro de la desolación y la glorieta del fracaso.
Mirad con atención los nuevos horizontes: la ciudad de oro es ahora la tobera perforada con el clavo de la locura, el balcón de los deseos frustrados y la chimenea de los humos ultrajantes; ¡no podéis ir a peor!-
¡Será verdad lo que escucho!
Musito medio en sueños; son pensamientos agónicos que me atraviesan el hueso y caen a las manos en forma de bolitas de pan. ¡Confites que devoro al instante!
El mundo es extraño y sus murmullos asombran cada día más; he de preguntar de nuevo para saciarme y no reventar de curiosidad.
Esta vez lo hago a un trozo de pelvis de becerra, casi entera… Estaba exhibiéndose lujuriosa encima del salpicadero de un Mercedes 220 D. ¡Ya un coche de traperos!
-¡Quiméricos…! Fermentáis la mente en la ilusión permanente. Estáis mimetizados en el fracaso, confundidos entre estrategias de mil colores y sois cómplices de la destrucción; ¡solo habláis en verde para limpiaros la cara! Tenéis la convicción de que en la ciudad del humo podréis recrear todas las hipótesis que se puedan formular; ¡sois cándidos y maliciosos! En el fondo actuáis para quemarlo todo…
Enriquecerse hoy sin dejar nada para mañana… ¡todo, queréis devorarlo todo y no tenéis estómago para tanto!
La ciudad es el escenario creado para dar curso definitivo a la expulsión de la inocencia. La verdad se ha hecho transparente: se acabó aquel sueño y habéis empezado otro. Con los arietes de la razón habéis demolido las leyes naturales nombrada por algunos la “ciudad de Dios” y en su lugar habéis levantado gigantescas columnas de humo, catedrales de la destrucción.
En la huida hacia delante, habéis quemado los vínculos que os unían a la tierra; aquellos lazos os mantenían equidistantes entre lo material y lo espiritual; ¡ahora estáis confundidos entre lindes!
Alentados por un impulso creador, una inercia imparable, perdisteis la inocencia y ganó la codicia del poder. Descubristeis los tesoros, la energía disponible en las bodegas de la tierra y la tomasteis a hurtadillas. Usurpasteis el fuego para disponer de su fuerza y haceros fabricantes de humo. Todas las reservas de la tierra serán pronto una gran humareda entre las nubes, un tsunami de cieno negro lo tapará todo. Un manto esponjoso y fétido cubrirá los cielos; bajo él podréis fenecer de espanto sin el consuelo de un rayo de sol.
Habéis desvelado su poder y revelado sus secretos sin pedir permiso, después lo habéis malgastado sin medir las consecuencias. Todo ha quedado en beneficio de unos pocos…; honorables malnacidos que tendrán que malgastarlo en curarse las úlceras de la mente. Inducidos por Deus ex machina… os habéis precipitado en el abismo para entrar de lleno en el territorio de la creación dislocada y la codicia sin límites. Ahora podéis despejar el vuelo de las almas en aeropuertos fantasmas, airosas campean por las desérticas pistas de vuestros desvaríos. Podéis elevaros ausentes, ingrávidos y macilentos con el humo de la destrucción...-
Aterrorizado: miro la pelvis y lo veo todo borroso, ahumado, impreciso. Por un segundo pienso que exagera un poco… No obstante abro los ojos para que por ellos entren las últimas nubes de estupor. Al final, me llevo la mano a la boca, la tapo para que no se escape el aullido póstumo, un grito que aparece en la garganta en arcadas agónicas. La tapo para que no salga ni un gemido, ni un lamento y así, aislada la mente, se contenga en el silencio para que todo se consuma en los preámbulos de un réquiem fastuoso.
¡Es verdad, ya no me quedan fuerzas para gritar, no hay espacio para la queja!
Afino el oído y me escucho por dentro; con voz retorcida y lejana, me inculpo. Aunque tengo las manos vacías y la espalda quebrada, me inculpo de cobardes complicidades, de ocultaciones intencionadas y de silencios, ¡infinidad de silencios…!
Bajo al taller con la determinación de no ocultar nada; esta vez encuentro víctimas pero no hallo a los inocentes.
Tomo un poco de barro y lo estiro como la masa del pan, hago una plancha fina; la estiro como pasta de hojaldre una y otra vez. ¡Es el soporte para escribir mi último testamento…!
La sociedad del despilfarro ha creado una fisura
irreconciliable entre el aliento de la naturaleza, las chimeneas fabriles y los
gases contaminantes. Es tan grande el abismo abierto como el que devora los
años. Seguramente, en breve nuestros humos también se evaporarán en el aire y
todo el pensamiento humano quedará disuelto como queda el vapor del agua
La ciudad del humo sigue impávida, ya sólo se
vislumbra una grieta en el telón oscuro del cielo, no sé bien si se trata de un
rayo de esperanza o es la herida sangrante de los escándalos del mundo. Sea lo
que fuere, bajo sus reflejos yace la obra, aquí la vemos humeante, ¡metáfora de
los delitos cometidos…!
Gregorio Bermejo
Tarragona 2012